10 junio 2007

El Pater Familia

Por varias generaciones consecutivas, mi familia se ha ganado el apelativo de impulsivos. Por lo menos los hombres. Esto ha llevado a por lo menos dos consecuencias de peso: por un lado, una alta tasa de natalidad, habiendo familias con seis hijos (que por estos tiempos parece utópico) y promediando no menos de cuatro por cada hombre; por el otro, una alta tasa de vidas personales destruidas. Hay una costumbre que es terrible en nosotros (todavía me cuesta incluirme), que es tener un gran poder de convencimiento, energía desbordante, una sonrisa seductora, y los fundamentos suficientes para llevar a todos a la ruina/éxito. A veces hasta sin sonrisa lo logran.

Quizás mi abuelo fue el que menos mostró esta cualidad de los Porvenir, la urgencia lo hizo actuar de manera sensata y tuvo que morir de cáncer, unos pocos años más tarde. No hay pruebas de que su accionar haya generado ese cáncer, pero habiendo muerto en la medianía de su cuarta década, coincide maliciosamente con el peak de cada uno de los Porvenir, antes de echarlo todo por la borda.

Hay veces en que me topo con mi tío, el uno de los hermanos menores de mi papá, por alguna parte de la ciudad. Su mirada de inmediato me lleva a mis primos, la quinta donde veraneabamos cuando se juntaban nuestras familias y la vez que confundí bebida por cerveza en una fiesta que tenían en su patio. En esos tiempos mi tío lucía en casi todo aspecto el éxito que estaba teniendo con sus tiendas de ropa, y su sonrisa es parte de la imagen mental que tengo de él en esa época. Al verlo por las calles de Peñalolén o Ñuñoa, con sus pelos blancos desordenados y una barba de varios días, no puedo evitar sentir una intriga que grita desde lo más profundo mío, así como un gran desprecio. Un desprecio que se ha ganado, viendo la radiografía de lo ocurrido, pero ese no es el tema. De un punto a otro, con hijos saludables y esposa cariñosa, cambió. Un día salió, se emborrachó y chocó el auto. Otro, se peleó con un hermano y comenzó a crear historias que nunca habían ocurrido. A sus hijos no les dirigía la palabra, los volvió psicóticos e inseguros de si mismos. A su señora no hacía más que criticarle todo lo que hacía. Perdió el negocio de ropa que tenía con su primo por acusaciones de robos que nunca fueron comprobadas. Cuando levantó la cabeza de su cama unos meses después, su familia estaba al otro lado de la cordillera, y él sin trabajo y completamente solo.

La energía dañina, las ganas de no querer pertenecer a esta realidad, pero tampoco a ninguna otra imaginable, el tedio de despertarse sabiendo que no se está trascendiendo en casi ningún sentido, el poder de convencer a cualquiera de que está equivocado. No hay control posible, no existe compasión ni empatía, no hay delito si no hay sangre. Nada era como pensabas.

Me baso en la historia de mi tío, no la más cercana, pero con quién comprobé la existencia de estos "momentos de lucidez" de los Porvenir, para encontrar una ayuda en la búsqueda de mi verdadero padre. Él ha sufrido, desde que recuerdo, de los mismos momentos que he detallado provenientes de mi tío. Lo he visto en sus peores, también en sus mejores. Cuando estaba mal y gritaba a mi madre yo me encerraba en la pieza y veía la tele con mi hermano. Nunca lo enfrenté en esas circunstancias: conmigo fue y ha sido siempre el más tierno y protector. Lo conozco de tardes de fútbol, veranos de paletas y dados por las noches. También de reprimendas ejemplificadoras, los silencios eternos, la tensión, la insoportable tensión. Con los años ya no correspondían los retos, con lo que llegó la versión más amable de él, la que ha permanecido hasta estos tiempos, hasta la semana pasada. Es tiempo de esperar toda la mierda nuevamente, ha despertado la bestia. Ha apabullado a todos a su paso, nadie lo ha podido parar, y yo todavía le hago el quite. ¿Estaré legitimando lo que pasa si no me pongo en su camino, seré tan malo como él al no hacer nada al respecto? mencionaba anteriormente que me sentía ajeno a este grupo de personas, los Porvenir, familia de trenes furiosos e irracionales. Pero no estoy seguro ya; no estoy seguro de nada.

La dualidad de su persona ha hecho cuestionarme muchas veces si estoy ante el verdadero papá mientras hablo con él; a veces lo quiero, lo entraño, otras no puedo soportar siquiera su presencia. Querer a una persona, es aceptarlo tanto con sus buenas características, como con las malas. ¿Es obligación querer a mi papá? El aborrecer tanto uno de los lados de mi padre, el que representa totalmente lo opuesto de los valores y maneras de tratar a las personas de lo que yo considero ideal, me ha hecho detenerme varias veces en acercarme a él. Pero he sido, y lo admito, muy cobarde: cuando está en su versión querible, siempre lo he ido a visitar. Entonces, así como he adquirido las cosas positivas de adquirir mayoría de edad, también debería tragar saliva y dar un paso al frente ante las adversidades. Los cambios en la vida deben pasar porque algo se hizo, no deben ser efecto del tiempo y azar. Ahora, no sé si los cambios futuros, luego de finalmente enfrentarme a él, serán los que quiero que sucedan. Pero tampoco se puede controlar todo.