13 septiembre 2006

El último Capítulo

Todas las tardes tardes imaginarias
sube las escaleras imaginarias
y se asoma al balcón imaginario
a mirar el paisaje imaginario
que consiste en un valle imaginario
circundado de cerros imaginarios
Parra Nicanor

La pesadilla la despierta, sus manos sudadas no la ayudan con la pena. Vio caer todo a ese agujero, con forma de mano en guante de látex, con forma de pesadilla dentro de pesadilla, y sus deseos de desaparecer fueron una vez mas los únicos que podía vislumbrar. Ella corrió, en su cama de dos por uno y medio, sus pies se hirieron con el roce de las sabanas, pequeñas gotitas de sangre se esparcieron por la ropa de cama. Dentro, la carrera era por su vida; hay quienes sueñan sueños temerosos de deudas, o de amores incomprendidos o fantasía inalcanzadas, ella pesadillaba por la peor causa, lo puedo decir con total seguridad, ella había amado vehementemente (o por lo menos eso pensaba ella), había debido y había soñado.
Corría, no de los botones de su abuela, no de los tóxicos capitalinos, no de los amores con enfermedades terminales (siempre le gusto que le llamase flor), no de sus incipientes infidelidades y sus "locuras", como le llamaba; no escapaba de su pronto matrimonio, o de sus hijos, y su naciente depresión post parto, no escapaba de su viejo amado que extrañaba tanto, de sus nietas amorosas (a su pinta, pero da igual), que le sacaban fotos y le hacen rabiar.
Escapar es como desaparecer, y desaparecer es dejar de aparecer, aparecer es hacer acto de presencia, siendo entonces el escapar, en la acepción dentro de su cabeza, una forma de morir, o por lo menos de dejar de existir, como el pequeño pez que vio cuando aún quedaba algo de niña en ese cuerpo mutilado de amor pagano.
¿Que se hace?, cuando el enemigo es la inminencia, un par de manos antojadizas de placer, un cuento escrito en servilletas, un libro a medio leer al mediodía, un viaje a la natal Alemania, una rosa que florece de día, mientras de noche gime de rocío; Que hacer cuando el temor, el enemigo, es uno mismo en cada uno de los momentos anteriores, uno con su saco de sadness, cuando de tanta depresión el medico le diagnostica que su estado basal es la tristeza, y su enfermedad es la alegría.
Ella, en su escape dejaba atrás sus brazos largos, su entrepierna de palta y limón, su par de nietas porteñas, su ataúd de cristal en el centro de la tierra.
En su pesadilla, todos eran ella misma, odiaba a todos, con sus frases prefabricadas, sus esquemas, que eran los de ella, los odiaba por compartir su cara, su senos magníficos, sus gestos repetidos. Los odiaba como cuando el la contactó, el primero, y le dijo que tenia otra, y ella a sus 24, sufrió como una nena, es escapo a la pesada noche con un baile eterno de medianoche, cual cenicienta, sin zapatitos de cristal.
En su pesadilla también, ella al verse infinitamente repetida en las caras de ella misma, barajó el póquer de la muerte auto concedida (suicidio), y se lanzó cuesta abajo, al agujero de su ombligo, mientras con desesperación veia su universo mutilado de amor pagano, y como la entrepierna de su palta se oxidaba, y su par de nietas porteñas no hicieronle caso, nunca les pudo dejar el legado del cuerpo de Cristo.

En medio de las tribulaciones, despertó satisfecha, la vida al iniciar y al terminar son parecidas, y ella llora de hambre, como los primeros meses, en el asilo está con los otros animalitos, sus hijos pensaron que era lo mejor, son exitosos y son felices, ella los extraña, cuando se acuerda.

(8) (8)
Ay, mi amor,
sin ti no entiendo el despertar.
Ay, mi amor,
sin ti mi cama es ancha.
Ay, mi amor
que me desvela la verdad...
Entre tú y yo, la soledad
y un manojillo de escarcha. ...
(8) (8)

Canta, como antes, cuando jugaba a un lado de la batea, con su muñequito de lana, al que le puso Pedro...

07 septiembre 2006

El Prado

En medio del prado camina seguro el protagonista. Se alternan en él, la felicidad y la preocupación. Que vendría a ser lo mismo que, la soltura, y el amarre. Amarre que surge dada la complejidad y cantidad de los fenómenos que lo rodean, es decir, puede tratar de no pisar insectos mientras camina, pero no puede cerciorarse de que realmente no haya aplastado a ninguno. Si el individuo desea no ensuciarse mientras transita el camino de tierra, tampoco lo logrará. En fin, cada cosa que el tipo quiera obtener, le generará una tensión, puesto que no la logrará exactamente como la deseó, no la logrará, o bien, de llegar a conseguirla, tendrá que comprobarlo, tarea que se vuelve frecuentemente imposible. Lo que el tipo puede hacer es creer que logró no ensuciarse, sobre todo si al llegar a su casa, su esposa le dice: “Estás limpio”. La depredación de la naturaleza es, en mayor o menor medida, innata al estar vivo, pero el tipo puede estar cierto de que no es asesino gracias a que su esposa también está de acuerdo. En estricto rigor, nadie nos puede demostrar que nuestras certezas no son más que una necesidad inventada por nosotros, dado nuestro entorno social y historia de vida. Esto le plantea al hombre que camina, la constante contradicción de su método racional, puesto que finalmente hace cosas de las que no está seguro. ¿Cómo puede caminar seguro? Su seguridad no debiera provenir de la razón genuina. Es decir, un siquiatra podría ayudarlo a engañarse con conclusiones aparentemente bien fundamentadas para calmar su angustia, pero dada la imposibilidad racional de estar seguro, el tipo necesariamente comienza a pasarle el trabajo a su inconsciente, o al historial genético que posee como especie humana, fuera de la razón. Así las cosas, su seguridad se basa netamente en el desprenderse de la razón, y luego, desprenderse de las imágenes o ideas que le impiden ser feliz. La felicidad es un término en extremo impreciso, sujeto al cuestionamiento de incluso quien dice experimentarla. Esto último no implica que el estado de felicidad no exista realmente, sino que quien la experimenta no puede tomar conciencia racional de su plenitud sin antes sentirse algo inquieto, y es que en la razón no hay certezas profundamente fundamentadas. Es por esto que la felicidad, como estado encomiable de total aceptación o superación de los sufrimientos cotidianos, está en un plano distinto de la razón, o mejor dicho, es un conjunto más grande que ésta, pudiendo prescindir de ésta.

Si el ser que camina en un sendero puede ser feliz, es por que sabe que no va a morir, premisa que sólo cobra sentido, aplicando la certeza de un ente trascendente. El único interés por librarse de la muerte como una consecución de la felicidad, presenta un destino sin ninguna reprensión hacia el egoísmo, a menos que la definición de vida que se busca perpetuar, sí contemple una determinada conducta para con los demás. La proyección de las conductas humanas a tiempo infinito, se hace inviable racionalmente, puesto que muchas de ellas, sino todas, están sujetas a la finitud de la existencia. Surge el problema de que no parece haber ningún análisis que resista la justificación implacable de una determinada moral de vida a seguir. La moral que la naturaleza puede enseñarnos en su conjunto, parece estar en completa pugna con la existencia de las sociedades modernas organizadas, y aunque la humanidad fuera sólo una simple comunidad silvestre, la vida humana, ante los valores que han surgido con su interacción histórica, parecería demasiado inhumana. Con este escenario podemos ver que la razón nos lleva a poner en un mismo nivel de jerarquía varias y contradictorias apreciaciones. Entonces podemos comenzar a postular teorías, como intentando que una huela a verdadera. Ciertamente la certidumbre de Dios, específicamente la de Jesús, es una que llama y conmueve. Yo creo que camino seguro por el sendero por que toda mi vida tiene que ser como la de Jesús, y tengo la certeza de que así es la realidad. Ahora, todo el cuento anterior, es la máxima justificación racional, para esta conducta, que este caminante puede vislumbrar, en el prado y más allá.