21 abril 2006

Slow breeding

Se levanta de la cama, comienza con un dolor de espalda que lo inmoviliza. Luego de eso comienza a ver luces, de varios colores, la mayoría brillantes y poco comúnes; después no puede agarrarse de las paredes y cae al piso. Como tenía sueño se queda dormido en la alfombra, y despierta unas horas después con el sol en la cara. Se da cuenta de que su día ya es tarde, recordando esas luces extrañas que lo atacaron más temprano se acuerda de que en su niñez, cuando se lo proponía, cerraba los ojos muy fuerte, los apretaba hasta que aparecían las formas y colores extraños, que luego de terminar le daban un mareo que lo noqueaba al piso. La semana pasada, una vez al haber sucumbido ante un grupo de adolecentes que le coqueteaban, recordó cuando se sonrojaba cada vez que una niña le sonreía en la calle.

Una vez levantado agarró el teléfono y avisó dondequiera que iba que no llegaría, ya que el momento ya era ayer. "Demasiado temprano para salir y muy tarde para comenzar nada", según algún amigo suyo decía. Se acordó que en algún lugar de la casa había dejado un chocolate sin terminar, asi que lentamente emprendió la búsqueda, rascándose los ojos. Prendió la música, pero su cuerpo era incapaz de hacer dos cosas a la vez. La apagó. Comenzó a buscar dentro de sus cajones; luego en la cocina, el freezer, los escaparates. Había pasado algo así como una hora y estaba levantando los cojines del sillón del living, cuando alguien llama a la puerta. Cuando la puerta sonó por segunda vez se incorporó y fue a por las pantuflas. Al darse cuenta de quién podía ser, trató de evitar hacer ruidos, pero al parecer ya le habían oído.

Buscó la mejor sonrisa que tenía y mostró agradable asombro al saludar a su vecina de la vuelta, aunque sabía que ello significaría el tener que abortar su misión. Las interrupciones eran lo que más detestaba, aunque lo que estuviera haciendo fuera un intrascendente puzzle. Cuando se sentaron juntos en el sillón él le dijo que todo eso era extraño pero soñado, que este escenario había pasado por su cabeza unas cuantas millones de veces, pero nunca pasó los bordes de la imaginación. Nunca hizo nada por ello ya que no sabía qué hacer con casi nada en la vida. Ahora se dió cuenta de que ya no era un niño; la besó y miró de reojo en la esquina a un lado de la puerta, donde estaba su tesoro. Se levantó y fue en busca del chocolate, que ya había desaparecido de sus manos cuando se había levantado. Cuando fue de vuelta al lado de su vecina, la de la vuelta, saboreando la victoria con sabor a chocolate, la miró de súbito con ojos de pequeño nuevamente, y cuando ella se deshizo en manifestaciones corporales de todo tipo, él estaba totalmente quieto sin oportunidad de mover siquiera los brazos. Le dijo que la amaba, con voz entrecortada, y esperó escuchar lo mismo, pero ya no estaban en el mismo momento. Esta escena se repetiría una vez más muchos años después, con resultado distinto.

Una vez que la vecina se fue, agarró una pelota que estaba en el suelo y comenzó a hacerla rebotar en los rombos azules de la cerámica, hasta que se cansó y fue a ver televisión.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Las cosas no deben hacerse por segunda vez, pues si en una primera no funcionan, habría que ser alguien con una capacidad para el cambio demasiado grande....
Lástima que a los 20 años esa plasticidad está más que perdida.
Igual es mejor que sea así, que una personalidad esté forjada, antes que ser un ser maleable ante la voluntad de los demás.
Saludos