12 abril 2006

Norma Tello

Sin pretender hacer intuir desde las primeras líneas el posible desenlace, sin querer tampoco decepcionar con un final abrupto y triste, me debato y escribo. Decido que no hay que evaluar nada más que este sentimiento de agradecimiento que tengo, que ahora es también el anverso de la culpa de no retribuir lo que se te dió en abundancia. Escribo como si no hubieran errores. Sólo dolores que aliviar.

Por esos días no trabajaba, vivía de la jubilación que un eterno y lacónico secretariado le tributaba. Su esposo fué oficial de la fuerza aérea, y la pureza de su mirada senil y postrada, sólo era interrumpida por el fantasma y estigma de la sucia dictadura de la que probablemente fué vulgar protagonista. Imagino que alguna vez ambos vivieron en una casa enorme, en un barrio tradicional y de situación acomodada. Sus muebles me hablaban de un pasado bien, al tiempo que desentonaban con la ridícula pequeñez del departamento en que yo les conocí. Su living era mágico pues no tenía sillones (cabría uno, pero ínfimo), en cambio tenían una cama gigantesca, de sábanas refulgentes y celestes, una misteriosa pulcritud que no hacía sino evocar la enfermedad. Don Antonio no podía subir escaleras, no había otra opción que hacer de la sala de estar su cuarto. En el angosto pasillo que rodeaba el exterior de la casa, el silencio era intervenido por pelotazos inocentes, Don Antonio blandía el bastón, luego exhausto llamaba a Norma, pero era inútil, ella como siempre había anticipado sus pesares y ya le estaba atendiendo.Treinta años atendiéndolo, sin blandir bastón.
Lo más destacable de ella fuera de su abnegación con los demás, es su mirada, en realidad, todo su cuerpo era un reducto de distinción y decencia. Era pequeña y esmirreada, con lentes cuadrados y gigantes, pelo ondulado, nariz en extremo pequeña, sus ropas eran muy sencillas, pero nunca vi algo lucir más puro. Cada rincón en donde ella ponía su atención se transformaba en un pequeño clasutro de oración, inexplicablemente se respiraba la trascendencia, no era difícil adivinar junto a ella que la vida no termina acá. Puedo decir que conocí a una persona invencible, sumida en un barrio popular jamás tembló ante las emergencias nocturnas de su esposo, ante la falta de dinero, ante la desesperanza de estar sola cuidándolo, jamás pudieron hacer que dejara de sonreír, jamás dejó de prestar su más tierna atención a los demás, ella era un gigante, no imagino que gran luchador pordría siquiera rozarle los dedos sin caer de rodillas. Los hospitales temblaban a su paso. Nadie contra su convicción. Invencible.
Intuyo que no debío haber leído por esos días más que un par de "Condoritos" (su COMIC favorito), y uno que otro periódico. Su cultura era independiente de las minucias de las letras o amistades influyentes, nadie podría rebatir sus argumentos de vida, implacables, llenos de vida. En la universidad, o en la calle, o en los libros no se aprende a ser como Norma. Su Hermana, una conocida escritora, leyó mucho, pero no fué capaz de concretizar su cultura con humanidad, escribió maravillas con su lapiz, pero mezquindades con sus palabras. Norma no tomaba un lapiz, ni leia un libro, más bien pensaba en los demás. Los dolores de su vida juvenil, sus errores en la adultez, nunca la hirieron, no importaban. No existe el error, y el dolor es sólo ajeno. Sus ojos eran ciegos a la miseria espiritual de los demás, sus ojos, eran una gigantesca opotunidad. Hablar con ella, escucharla cantar, era una pequeña redención.
En medio de sus preocupaciones, me recibía ciertas tardes, para conversar, como si yo fuera un adulto, al lado de sus quesos y un vaso de leche. Con unos cuatro años, yo le exigía, sin ningún merecimiento, mi "té", ella siempre accedía, tomabamos once, a veces junto a Don Antonio, yo miraba a Don Antonio, y él no tenía ningún problema con que yo estuviera ahí, es que Norma podía hacer todo. Yo lo conocí bastante anciano, a veces sólo miraba el techo y dormía.

Ahora viene el "pero". No sé que maravilla estará generando a su alrededor ahora. En algún momento, no la ví más, tampoco me preocupé. Quizás quise perder su rastro para saber qué se hace después con el arrepentimiento de actuar de esa manera, tal vez solapadamente lo ví así. Norma estaba sola, y probablemente (aunque lo dudo) no derrotó a los años. Supe, por algún motivo, que Don Antonio murió, ella era muy fuerte. El desenlace es clásico, mi actitud nefasta, ¿donde estará ahora?, no tuvo hijos, el país es un pésimo padre, ¿por qué no lo recordé antes?, tal vez de algo hubiera servido, espero que en el ignorado asilo de ancianos en donde ella está (sé que está) sepan comprender que es una Reina.

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