
Una vez que comenzó a ser parte de nuestras vidas, llegó a posicionarse de manera tal que su ida fue muy sensible, dolorosa, un grupo de órganos que no funcionan bien ante la ausencia de otro. Ella era a quien todos acudían cuando tenían un problema; ella era la primera que estaba en la puerta de tu casa cuando algo bueno había ocurrido; ella, la primera invitada de la lista. Pero no me quiero adelantar.
Cuando salía del trabajo el día viernes, pasaba al supermercado y buscaba una botella de lo que fuera y una bolsa de hielo, era esto a lo que nos tenia acostumbrados, así como Jorge siempre era el encargado de los aperitivos, todo esto para el “ritual de la tía Amada”, como le llamaba. Este siempre era una sorpresa, nunca sabías que es lo que iba a aparecer esa semana, pero como niños alrededor de una fogata en el bosque, nos quedábamos quietos y ansiosos, dejando escapar la imaginación. Y era éste su pequeño secreto, ponernos en circunstancias conocidas pero muy olvidadas, recordándonos que alguna vez, quizás por solo un instante, vivimos cosas muy contradictorias a las vivencias actuales. De estas reuniones uno nunca salía igual a como entraba, el tiempo parecía perder sus propiedades estando dentro de esa casa. De esta manera, siendo todos los vecinos de la cuadra invitados, se empezó a crear un sentido de comunidad como nunca antes había visto. Éramos todos cómplices, todas las cosas que vivimos con la señora Amada nos metía dentro de una dimensión de la que sólo nosotros conocíamos su existencia. Así fue como empezamos a organizarnos como conjunto de personas, un conjunto totalmente homogéneo, que salía a las calles siempre con una meta clara y unánime.
De las primeras cosas por las que "salimos a las calles" se cuenta la lucha por conseguir un parque para los niños, el cual se logró llevando una convocatoria del 100% de los vecinos todos los días a la puerta del alcalde, durante casi un mes. Siempre había alguien que podía suplantar a un ausente, el compromiso era el mismo para todos, por lo que la cantidad de gente siempre fue la misma. No había mentira que aguantara un mes, así que después de unos meses de construcción, los niños estaban columpiándose y jugando a la pelota en el flamante pasto. No sintiéndonos lo suficientemente victoriosos, pero sí más vigorosos y seguros de nuestras capacidades como un todo, fuimos tras metas un poco más ambiciosas. Con la misma perseverancia, logramos una y otra vez lo propuesto, aunque cada vez las barreras a derribar eran más y más fuertes. De esa manera se llegó a luchar directamente con el gobierno, una batalla terrible, mucha de nuestra gente perdió el trabajo por tal devoción a la que llegábamos en nuestra causa. Las fuerzas parecían mermarse, pero había algo que nos mantenía a flote, mejor dicho, alguien. Creo que saben a quien me refiero. Ella nos organizaba y mentalizaba cada vez que había una nueva causa, relativizaba los peligros y las dificultades de manera de que todos salíamos a las calles con la cuota justa de compromiso y seguridad. Cuando estábamos frente a las autoridades –ejerciendo siempre la resistencia pacífica, nunca llevando ni armas ni actitud bélica- nos hacia reír y dirigía todos los gritos, ella era quien conversaba con los peces gordos, quien entregaba las cartas, quien unía más gente a nuestra causa. Siempre llevó al grupo con ejemplar liderazgo y seguridad. Nunca se salió de sus cabales.

Un día de esos estaba lloviendo a rabiar, pero a pesar de que le advertimos a la señora Amada que era mejor que no fuera, que dejara a los más jóvenes por esa vez, ella fue. Y al día siguiente, un horrible y estruendoso grito nos despertó en la mañana. Era ella, pálida, temblando, se había caído en la ducha, tratando de levantarse para no dejar de ejercer su liderazgo. “Parece que se rompió la cadera”, es lo que les dije a todos cuando llegaron a verla al hospital, leyendo de mis ojos el triste acento de las huecas palabras, porque eso no era lo peor: había contraído una neumonía, que a su edad podía llegar a ser fatal. Ese día no fuimos a la Moneda.

Próximamente, el imperdible desenlace de… Era un Conjunto de Almas.
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