03 noviembre 2005

Era un Conjunto de Almas

Dueña de una de las risas más estridentes que haya escuchado, la señora Amada sorprendía siempre a los vecinos con grandes banquetes y fiestas memorables. Era inevitable, te envolvía en un manto de miradas y risas, mucho tacto, te llegaba al hueso en un par de segundos, el sólo avistamiento de su figura significaba un cambio de planes. Por años, ella fue el significado de comunidad para todos los que vivíamos alrededor suyo. Aunque inició como una verdadera molestia. Era costumbre asomarse por la ventana al salir, sólo para evitar el encuentro –siempre entrometido, nunca diplomático- con ella, un huracán sin fin. Siguiendo con las tácticas evasivas durante largo tiempo, se esperaba inminentemente el alejamiento definitivo, el captar las indirectas, mas lo único hallado fue una tozudez sólo comparable con la de la naturaleza misma. Brava, pesada masa de inercia, la señora Amada.

Luego del incómodo comienzo –cuando las vecinas se encontraban regando el jardín, de ella es de quien hablaban-, la señora Amada empezó a ganarse el cariño de todos con gestos inauditos: sorprendió al pequeño Ismael por la ventana de su cuarto, esa semana que le dio varicela, llevándole una tele que le sobraba –los papas de Ismael no tenían mucho dinero, hay que recordar. Al esposo de la Nacha, se lo ganó cuando le llevó un humeante plato de su especialidad, charquicán, el sábado en que se quedó solo en la casa, trabajando. Cosas así la pusieron por sobre su poco entendida personalidad, trascendió por sobre sus debilidades, y los vecinos llegamos a ver quien realmente era, porque su ser era demasiado grande para poder ser otro a la vez.

Una vez que comenzó a ser parte de nuestras vidas, llegó a posicionarse de manera tal que su ida fue muy sensible, dolorosa, un grupo de órganos que no funcionan bien ante la ausencia de otro. Ella era a quien todos acudían cuando tenían un problema; ella era la primera que estaba en la puerta de tu casa cuando algo bueno había ocurrido; ella, la primera invitada de la lista. Pero no me quiero adelantar.

Cuando salía del trabajo el día viernes, pasaba al supermercado y buscaba una botella de lo que fuera y una bolsa de hielo, era esto a lo que nos tenia acostumbrados, así como Jorge siempre era el encargado de los aperitivos, todo esto para el “ritual de la tía Amada”, como le llamaba. Este siempre era una sorpresa, nunca sabías que es lo que iba a aparecer esa semana, pero como niños alrededor de una fogata en el bosque, nos quedábamos quietos y ansiosos, dejando escapar la imaginación. Y era éste su pequeño secreto, ponernos en circunstancias conocidas pero muy olvidadas, recordándonos que alguna vez, quizás por solo un instante, vivimos cosas muy contradictorias a las vivencias actuales. De estas reuniones uno nunca salía igual a como entraba, el tiempo parecía perder sus propiedades estando dentro de esa casa. De esta manera, siendo todos los vecinos de la cuadra invitados, se empezó a crear un sentido de comunidad como nunca antes había visto. Éramos todos cómplices, todas las cosas que vivimos con la señora Amada nos metía dentro de una dimensión de la que sólo nosotros conocíamos su existencia. Así fue como empezamos a organizarnos como conjunto de personas, un conjunto totalmente homogéneo, que salía a las calles siempre con una meta clara y unánime.

De las primeras cosas por las que "salimos a las calles" se cuenta la lucha por conseguir un parque para los niños, el cual se logró llevando una convocatoria del 100% de los vecinos todos los días a la puerta del alcalde, durante casi un mes. Siempre había alguien que podía suplantar a un ausente, el compromiso era el mismo para todos, por lo que la cantidad de gente siempre fue la misma. No había mentira que aguantara un mes, así que después de unos meses de construcción, los niños estaban columpiándose y jugando a la pelota en el flamante pasto. No sintiéndonos lo suficientemente victoriosos, pero sí más vigorosos y seguros de nuestras capacidades como un todo, fuimos tras metas un poco más ambiciosas. Con la misma perseverancia, logramos una y otra vez lo propuesto, aunque cada vez las barreras a derribar eran más y más fuertes. De esa manera se llegó a luchar directamente con el gobierno, una batalla terrible, mucha de nuestra gente perdió el trabajo por tal devoción a la que llegábamos en nuestra causa. Las fuerzas parecían mermarse, pero había algo que nos mantenía a flote, mejor dicho, alguien. Creo que saben a quien me refiero. Ella nos organizaba y mentalizaba cada vez que había una nueva causa, relativizaba los peligros y las dificultades de manera de que todos salíamos a las calles con la cuota justa de compromiso y seguridad. Cuando estábamos frente a las autoridades –ejerciendo siempre la resistencia pacífica, nunca llevando ni armas ni actitud bélica- nos hacia reír y dirigía todos los gritos, ella era quien conversaba con los peces gordos, quien entregaba las cartas, quien unía más gente a nuestra causa. Siempre llevó al grupo con ejemplar liderazgo y seguridad. Nunca se salió de sus cabales.

Como decía, se llegó a luchar directamente con el gobierno, en una lucha incesante y eterna, fueron meses de levantarse temprano, escribir los carteles con los que saldríamos a la Moneda, llegando allá a las 9 de la mañana, resistiendo cualquier contratiempo, demostrando un enorme compromiso por la causa, la cual era bastante compleja, e involucraba leyes a cambiar, movimientos políticos y una inyección monetaria importante. Cada día la señora Amada llegaba con una nueva carta para el presidente, con distintas ideas y motivos para que las cosas sucedieran. Y luego de un tiempo, se empezó a ganar atención; la presión contra el gobierno creció y la gente empezaba a tomar en serio a este grupo de personas normales. Entonces, las cosas cambiaron.

Un día de esos estaba lloviendo a rabiar, pero a pesar de que le advertimos a la señora Amada que era mejor que no fuera, que dejara a los más jóvenes por esa vez, ella fue. Y al día siguiente, un horrible y estruendoso grito nos despertó en la mañana. Era ella, pálida, temblando, se había caído en la ducha, tratando de levantarse para no dejar de ejercer su liderazgo. “Parece que se rompió la cadera”, es lo que les dije a todos cuando llegaron a verla al hospital, leyendo de mis ojos el triste acento de las huecas palabras, porque eso no era lo peor: había contraído una neumonía, que a su edad podía llegar a ser fatal. Ese día no fuimos a la Moneda.


La primera noche en el hospital, me quedé yo y tres vecinas más, sentados en el pasillo, cubriéndonos con unas frazadas y comiendo lo que nos iban llevando el resto al pasar las horas. Se me ocurrió entrar a echarle un vistazo, mientras las chicas dormían, a pesar de que lo tenía prohibido. Lo único que encontré fue un cuerpo inerte, siendo ayudado para mantener la respiración. No había risas exageradas, no había señora Amada.



Próximamente, el imperdible desenlace de… Era un Conjunto de Almas.

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