14 julio 2005

No Me Hablen De Destino

Todos los días los veía en las esquinas, cuando iba a dejar a sus hermanos a la micro, con sus atiborradas mochilas y exorbitantes libros, obligando a todos los transeúntes a observar su realidad. Ella los miraba con algo de celo: representaban la persona que alguna vez quiso ser. Porque en lugar de los libros, tenía en sus manos dos manos pequeñas, en vez de jeans y "ropa de calle", pantalones de buzo raídos y manchados hasta por el revés. Todos los que estaban en ese paradero estaban viviendo el presente como medio para planear el futuro; ella no podía darse el lujo de mirar hacia adelante. Pero todo lo que pasaba en ese paradero todos los días podía cambiar de repente. Por suerte creía en los golpes de suerte, y así seguía la rutina del fracaso. "El país está creciendo, todos los que conozco han conseguido mejor pega, el cobre esta por las nubes, mi casa antes no era casa. Todo esta mejorando, por qué yo no podría mejorar?".

Con esto en mente aquel martes, con la mesa puesta hace un rato, se enteró de que sus hermanos habían sido arrollados, camino de vuelta a casa, por una micro. Lo peor temido después se hizo realidad: ninguno de los dos sobrevivió. Después de saberlo, recordó los pensamientos de la mañana. No lloró a sus hermanos. Al llegar a casa, después de los trámites de rigor, vio la casa sola y los tres puestos en la mesa. Guardó todo rápidamente y no durmió hasta que terminó de planear sus próximos pasos. Al día siguiente salió a buscar trabajo y folletos. El mes siguiente estaba trabajando y estudiando en un instituto. Decidió prescindir de la ayuda de su abuela -que mantenía a sus hermanos desde que vivían solos- y, antes de darse cuenta -qué son los años-, ya tenía un departamento en un buen barrio, un trabajo estable, pero más importante, una vida que dependía totalmente de ella. Hubo que derramar sangre, la de sus hermanos, su sangre, para que fuera posible.

Una mañana, 6.45am, saliendo de su casa al paradero, se dio cuenta: vio a una niña con dos pequeños delante suyo, corriendo, sueño en sus caras y peinados improvisadamente, Cristián, Luis, vengan aquí! les gritaba la niña, ellos volvían y se colgaban de sus brazos y se quedaban ahí hasta que la micro llegaba, para perderse en esa selva de piernas grandes. Cuando se hace el resumen o el recuento de una vida, se muestran los acontecimientos más notorios, y ella siempre quiso que en el recuento de su vida aparecieran los logros académicos y materiales, pero parada frente al paradero a las 6.45am todo eso valía nada. No hizo más que llorar, llorarlos sin contenerse. Trató de explicarse su dedicación por su vida profesional como un tipo de vendeta, de revancha, todos los logros que había alcanzado representaban los anhelos suyos y de sus hermanos, los que no podrían haber sido cumplidos de no haber pasado lo que ya todos saben.

Pero el duelo duró poco, la sangre en el asfalto y bajo las ruedas le regaló familia, una muy diferente de partida, una familia que no tendrá casi nada en común con la que conformaba con sus hermanos, pero esa sangre, la de sus hermanos, su sangre, pasará a sus hijos, y a los hijos de ellos, todos serán un homenaje en vida para Cristián y Luis, fundadores de una generación más tranquila.

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