08 julio 2005

Efecto-efecto

Al levantarse Carolina dejó caer la Biblia que estaba en el velador sobre el paño verde, sin reparar en aquello, continuó buscando lo que la urgía en ese instante. Mas pronto se desocupó y volvióse a concentrar en el paño verde sobre el velador y en ella misma que estaba frente al paño verde. Pensó que todo estaba bien, por lo tanto prosiguió en la ejecución de una tarea un tanto más trascendente que la anterior. Una vez acabada la tarea, volvióse a concentrar en el muro tras el velador delante del cual estaba el paño verde, reparó en la cercanía de ella con la Biblia, que ya no estaba sobre el velador sino que en el piso. Reparó también que no la recogería sino hasta dentro de una media hora, puesto que su posición ya no era vertical, ahora su cuerpo formaba un plano que casi se superponía con el del paño verde que estaba sobre el velador. Carolina no quiso permanecer más en cama y se levantó raudamente ante el insistente llamado a su puerta de color rojo intenso. Toc, toc, traigo el periódico de ayer, dijo la pecosa que solía ejecutar tal labor. ¿El Quince de La Serna?- Sí- contestó la que solía ejecutar tal labor. Desmemoriada, te lo compré ayer. Sí ya sé, pero hoy se lo regalo. Carolina, más exasperada que contrariada, cerró la puerta con vigor, un dolor de cuello que se le venía incubando un par de horas atrás había quebrado su tranquilidad antes de que abriera la puerta de rojo intenso que siempre había sido color madera. Ciertamente reparó en el cambio de color, pero fue un susurro timorato no más importante que la súbita flexión que realizó con su cuerpo para apagar el intenso dolor a la espalda. Los ojos palmo a palmo con las rodillas, respiración acelerada, rojo intenso en el rostro, ambas manos rasguñando el piso, músculos estirados. El dolor aliviándose coexistía con la dificultad para erguirse luego de la flexión, dos manos pequeñas y blancas, secas, como empolvadas con harina, le ayudaron a pararse. ¿Cómo entraste?, me asustaste, no quiero tu diario, dijo ya con menos dolor. -Es el diario de ayer, es gratis-. Qué te pasa tonta, ándate, ándate, le voy a decir al guardia que me devuelva mis llaves, ¡qué mal uso!. No tengo llaves, lea ignorante. Las manos blancas y harinosas contenían los empujones llenos de pavor, sinérgicos, de brazos que no respondían. La mujer del periódico estaba ya en el umbral, aún musitando: "El de La Serna", "llévelo", Carolina la expulsaba, hasta que jalonaron a la vendedora que regalaba diario y la pusieron fuera de una buena vez, algo de cordura, e incuso compasión, manaban de ese breve apoyo a la dueña de casa. Carolina, por un instante tranquila, alzó la mirada y vio sus llaves frente a ella, era el guardia, y sus ojos exigiendo explicaciones, anularon el entendimiento de Carolina. Con una sola cosa en mente, pero ejecutando un plan que no se justificaba con una sola cosa, dejó al guardia en el umbral y caminó hacia su cuarto, reparó que ahora el paño verde estaba sobre la Biblia. Hay categorías de terrores, y éste último fue tal que abismada corrió en busca del guardia que, hasta donde ella sabía antes de recostarse, estaba de vacaciones. Este le abrazó y le sonrió, Carolina no atinó a nada más que romper a llorar y volver a correr.

Cogió la Biblia y la regresó a su posición, sobre el paño verde bajo el cual estaba el velador, frente al cual estaba Carolina observando la escena a través de una, dos o tres lágrimas que dieron extraño fulgor a tanta oscuridad, notó con dicha que su cuerpo formaba un plano que se podía superponer con el del paño verde.

No hay comentarios.: