21 junio 2005

Una Escena En El Tiempo


Era pequeño, bastante más que ahora. Hace un tiempo solía ver al pequeño de entonces como otro sujeto, una existencia que no es antecedente de mi actual existencia, pero poco a poco todo calza. Entonces, era yo el que jugaba en el patio con los muñecos y ladrillos
y hormigas negras y mi hermano. Deliciosos pensamientos, no recuerdo ninguno. Amaba a mi perro, el me amaba a mí, confiaba en mi habilidad para construir lo que fuera con mis ladrillos de juguete, tanto como para jugarme la vida en ello. Las niñas eran un obstáculo que eludía lo más rápido posible. No me costaba concentrarme en algo.


Todo esto era parte de una rutina de niño, nada extraño, creo, pero nada mágico ni misterioso ni demasiado trascendente: no pensaba en nada cuando me estaba quedando dormido ni despertaba con algo en mente. De repente -y era mi viejo el responsable-. empezaron a algunas cosas a tatuarse en mi cabeza, raramente en mi caso la mayoría tenían que ver con la música. Mi viejo poseía orgullosamente un equipo "de última generación", es decir, una caja enorme con muchas perillas y botones que no podíamos tocar, que sin duda, sonaba muy fuerte. Con su voz de tenor, las letras de una canción de Soda Stereo llegaban con claridad a mí y así me sentaba en el piso deteniendo el obrar de los muñecos para recibir, algo desconcertado, el significado de las palabras. Es en estos casos cuando la memoria trivial sirve, mi viejo la sabía utilizar muy bien y, mientras sonaba más o menos "...hay una piedra en mi corazón / un planeta con desilución..." y al verme tarareando más por el ritmo que por las letras, actúa: "ésta canción la escribieron cuando estaban en Bolivia para dar un concierto y ocurrió un terremoto terrible... ves?". Las imágenes de Ceratti entre las rocas y los bolivianos levantando sus casas invadieron mi cabeza, y ante el gesto de lamento de mi padre, pude sentir algo de pesar por los pobres bolivianos. Él raramente me hablaba de esa manera, la comunicación era siempre mediante juegos y dulces, pero una vez que salieron estas palabras de su boca simplemente no las pude olvidar. Y no sé si fue por la canción, por la manera de decírmelo, o por lo pequeño que era. De todos modos, la canción la escuché cientos de veces más y ya no era sólo una canción pegajosa más.

La simple frase del viejo caló hondo en varios sentidos. El más antojadizo de todos es el dominio de la trivia, que salva en muchos casos, pero que carece de fondo -una frase que describiría para muchos a mi viejo. Con la música, y en consecuencia, con las palabras, ocurrió algo más interesante y claro: la canción ya no era sólo una mezcla entretenida de sones y letras, aquello trascendía y se elevaba transmitiendo algo más; y apenas sabiendo leer, las palabras se me revelaron como un mundo en sí mismas, no había límites claros para un pequeño grupo de palabras, los sentimientos que desembocaban de algo tan inanimado era simplemente increíble. Estas conclusiones no salieron del pequeño de entonces, pero son fieles con lo que sentía -o con lo que recuerdo haber sentido.

Pero de todos los significados posibles que le haya podido sacar a lo largo de los años a esta escena repetida -que seguramente con los años se ha visto algo alterada-, el que he sacado de mi padre es un resumen de su manera de ser padre conmigo. Porque no muchas veces habló conmigo temas que de verdad le apasionaran, ni lanzó opiniones acerca de un tema en particular, casi todo era trivia. Pero de alguna manera, a mi no me importaba que carajo hiciera o dijera, porque siempre y de cuando en cuando aparecía con alguna cosa que cambiaba algo dentro mío, como pequeños desvíos dentro de mi trayectoria fija. No sé si quería hacerlo, si lo tenía calculado o si fue sólo el don que tiene el padre sobre su hijo. No importa. Sólo puedo decir que mi padre se justificó como tal con muy poco, y al parecer no necesitaba mucho más.

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