Unos días después trabó amistad con unos vecinos –vecinas- con quienes se juntaba por las tardes a escuchar música y cocinar cosas dulces. Al compartir apreciaciones –cosa habitual en cualquier tipo de relaciones- se dio cuenta que las suyas acerca del paso de los días no eran compartidas por las niñas, a quienes luego de un incómodo momento de ojos incomprensibles e incomprensivos, dejó de ver los días siguientes. Después de algo así como una semana volvió a visitarlas, sin antes asumir que la vida es un algo dinámico, monótono, pero personal.
Cerca de un año de compartir con las chicas –a plena conciencia y autocontrol-, una de ellas entró a estudiar en una universidad cercana a la suya, por lo que comenzó a irse por las mañanas con ella. Esta chica, llamada Eva, tenía el poder suficiente sobre Daniel, de manera que sus viajes y salidas dejaron de ser las mismas. Al principio fue por la despreocupación de Eva por la hora; luego por las cosas que ella hacía en el camino –no le gustaba irse por el mismo lado, encontraba cada día una maravilla a la que había que apreciar por un buen rato-; pero por lo más importante –cosa que se dio cuenta cuando era demasiado tarde- era que su pulso cambiaba al estar ella cerca. Entonces definió la vida como algo dinámico, a veces monótono, personal y dependiente de las personas que están a tu alrededor.
Era imposible para Daniel olvidarse de lo material, no podía distraer su mente de tal manera de no darse cuenta de lo que pasaba frente a sus ojos. Se dio cuenta de su extrema conciencia cuando, en medio de una profunda y creativa conversación acerca de los motivos líricos de unas canciones de los Beatles, Eva iba bajando la intensidad de sus palabras y comenzaba a ver cómo proliferaban las palabras de la boca de Daniel,

A las semanas después, cuando Eva se había liado con un compañero –con el que luego terminaría haciendo una familia-, Daniel concluyó definitivamente que la "vida es frenéticamente dinámica, monótona sólo para mí, dependiente solamente de ella".